miércoles

Viaje a la cuna del castellano

Entre los días seis y trece de mayo de 2015, medio centenar de veteranos de Castellón viajamos al norte de Castilla. Con el apoyo logístico de la residencia "Dos de Mayo" de Burgos y, tras un largo viaje, comenzamos el recorrido. Las fechas son las más indicadas, porque, si bien "Castilla no puede ver el mar", como dijo el poeta levantino, sin embargo, sus trigales están en pleno crecimiento y las extensas llanuras castellanas se muestran verdes y brillantes.


Comenzamos el recorrido por Frías, pueblo medieval con sus casas colgadas, desde cuyo castillo se divisa un amplio valle atravesado por el Ebro, cuyas dos orillas une un puente medieval, y que llegó a ser uno de los principales centros de las "Merindades".

Visitamos Vitoria, cuyo empinado casco histórico contrasta con sus amplios barrios abiertos, luminosos y bien dotados, cada uno con su parque, por lo que el verde es su nota más llamativa. Aquí, después de visitar la catedral y algunos otros puntos de interés, aprovechamos para callejear libremente, vivir el ambiente de sus plazas y probar algunos pinchos, no muchos, no hay que presumir.

En el Monasterio de Yuso pudimos transportarnos al ambiente espiritual y cultural de hace mil años, cuando los monjes benedictinos desarrollaban una ingente labor literaria, elaborando sus códices en donde aparecen las glosas emilianenses, las primeras notas en castellano. Contemplamos los enormes cantorales utilizados para el culto. A pesar del expolio a que fue sometido por las tropas francesas y más tarde con la desamortización, aún conserva el monasterio algo mágico y misterioso. Aquí se estaba asistiendo al nacimiento del castellano.

Visitamos Logroño capital de la Rioja en cuyo recinto viven la mitad de los trescientos mil riojanos, con su catedral y su vida tejida desde antiguo alrededor del vino. Santo Domingo de la Calzada es un hito en el camino de Santiago, con su esbelta catedral y su gallo y su gallina vivos. Es un detalle de gusto discutible, pero que recuerda una de las innumerables leyendas del Camino. No hay ni un sólo pueblo de nuestro recorrido en el que no hayamos visto alguna representación de Santiago cabalgando con su espada en ristre dispuesto a cargarse a "los enemigos".

En Lerma se aprecia todavía el enorme poder del valido de Felipe III. Con el palacio ducal de cuatro torres, privilegió reservado a reyes, ya comunicado con el convento de las dominicas, amplía su enorme plaza y su mirador sobre el Arlanza desde donde se divisa una extensa llanura y, allá abajo, una ermita humilladero en la que perdonarse tras una gran juerga.

En la abadía benedictina del Monasterio de Silos pudimos asistir a las vísperas solemnes, uno de los pocos sitios donde aún se puede escuchar gregoriano cantado con limpieza y solemnidad. Palencia, situada en el valle del río Carrión, es una de las ciudades con más jardines por habitantes de España. La catedral de San Antolín, la gran desconocida, es Monumento Nacional desde 1929; en su interior guarda numerosas obras de arte entre las que destacan el retablo mayor, Renacimiento inicial en España, y la colección de tapices.

En el Monasterio de San Pedro de Cardeña se concentran historia, mito y leyenda sobre el héroe castellano, el Cid, y aquí estuvo su primer sepulcro, el de su esposa, doña Jimena y hasta el de su caballo, el legendario Babieca. No podía faltar un recorrido por la Cartuja de Miraflores, en la que además de los cartujos, los monjes del silencio, existe un elegante retablo neogótico y uno de los conjuntos funerarios góticos más interesantes de Europa y el panteón de los Padres de Isabel la católica.

El monasterio de las Huelgas es una joya, con su claustro tardo románico, su bella sala capitular, la capilla almohade de la Asunción y la capilla mudéjar de Santiago, además de su buena colección de telas medievales. Aquí estuvo, seguramente, el mayor centro de poder de la mujeres, las monjas cistercienses. Fundamental en la historia de Castilla. En él se coronaron reyes y se armaron caballeros, con una unión total entre lo divino y lo terrenal, entre la corona y altar.

Burgos, centro de nuestro viaje, en el Camino de Santiago, es una ciudad para quedarse, es una gozada de ciudad. Sólo contemplando la catedral se podría estar horas. Con sus esbeltas torres góticas domina la ciudad desde una colina que desciende suavemente hasta el río Arlanzón. A su alrededor se concentra la ciudad antigua y la nueva sin solución de continuidad. Caminando sosegadamente por el Paseo del Espolón desde el puente de San Pablo y la plaza del Mío Cid hasta la espléndida puerta de Santa María. Se siente el pulso de una ciudad milenaria, recia y, a la vez, moderna y verde, con sus gentes francas, abiertas y acogedoras. Una ciudad para quedarse. En resumen, hemos viajado, hemos renovado nuestra capacidad de admirar, y sobre todo, hemos convivido.

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